Antes del siglo XX, los cambios estilísticos se generaban a partir de los cambios políticos, sociales, económicos y/o religiosos.
En el siglo XVII, por ejemplo, los movimientos políticos generaron transformaciones económicas, como aquel momento en el que la Iglesia de Roma incurrió en la venta de indulgencias para concluir la construcción del Vaticano. Esto provocó el descontento del bajo clero, deviniendo en el nacimiento de la Iglesia Protestante, y condujo a la Iglesia de Roma a crear el estilo de la contrarreforma, que en Arte se llamó “barroco”. La idea era crear una forma más dramática e impresionante de hacer Arte y Arquitectura a fin de sugestionar a las masas y redimirlas hacia la Iglesia más antigua.
La evolución del barroco
Este estilo pronto fue adoptado por los gobernantes de corte absolutista, que lo impusieron en sus cortes. Así, las formas curvas, los entrantes y salientes, los planos profundos, las superficies alabeadas, los revestimientos dorados, las lámparas de cristal, los textiles pesados, y los colores fuertes y oscuros, se apoderaron de los interiores de iglesias y palacios.
Hasta el siglo XVIII, el barroco fue el estilo imperante en el mundo occidental. En países como Francia e Inglaterra recibió el nombre del “gobernante de turno”. Entre los estilos menores estuvieron el Luis XIV, Luis XV, Reina Ana, George II, o Early Georgian, todos pertenecientes al periodo barroco.
Aunque hubo un ‘brote’ de barroquismo durante el siglo XIX, no fue sino hasta 1950 cuando volvimos a ver a este estilo empoderarse como toda una tendencia. Este resurgimiento se debió a la reacción que se produjo ante la racionalidad que impuso la Segunda Guerra Mundial, y que se asoció al Arte y a la Arquitectura moderna, con su limpieza de formas, simplicidad compositiva y escasez de elementos decorativos.
Durante la década de 1980 hubo un ligero asomo de barroquismo, aunque solo en concepto. Las formas se volvieron voluptuosas, intrincadas y elaboradas. No obstante, y en general, lucieron bastante nuevas.
Veinte años después, y tras haber experimentado la búsqueda de la naturalidad, de la espiritualidad Zen y de otras filosofías del Extremo Oriente, y sobre todo, después del reinado del minimalismo nadie creía posible el retorno del barroquismo, que en teoría tiene muy poco que ver con nuestro mundo moderno.
El barroquismo de hoy día
Si bien es cierto que nuestra civilización se caracteriza por la búsqueda de la novedad, tampoco es menos cierto que la consecuente inclinación al cansancio consumista -que experimenta toda la sociedad ante las modas aceptadas y puestas en boga- es aprovechada por los mercados productores de objetos y modas, para etiquetar de “obsoletos” y “demodé” a los muebles, accesorios y demás componentes del diario vivir, con el objetivo de imponer o “sugerir” otros nuevos.
En general, lo que se considera nuevo en interiorismo y moda, debe oponerse conceptualmente a lo establecido con la introducción del concepto barroco (complejidad, decorativismo, curvas exuberantes, implementación de los tonos dorados, exageración, monumentalidad, teatralidad…). Sin embargo, la nueva decoración contradice todas las acepciones consideradas como válidas hasta ahora.
No obstante, la tendencia actual apunta a aceptar las bases de la modernidad del siglo XX en general, por lo que este nuevo barroquismo deberá combinar los elementos propios del estilo, como los muebles Luis XV -tapizados en tonos insólitos como el marrón, violeta o fucsia, más propios de los años 1950, 1960 y 1970-.
Además, las maderas ya no serán necesariamente doradas, sino blancas, negras y hasta rojas. El cristal estará presente en los accesorios y, por supuesto, en las lámparas colgantes, en los chandeliers que asumirán nuevas formas, en los cristales resplandecientes, en color natural, ámbar o gris. Por su parte, los textiles habrán de recuperar la sensación de opulencia, que perdieron durante el minimalismo.
Las terminaciones serán tornasoladas. Los brocados y damascos se emplearán en la tapicería y en las cortinas. Las texturas serán aún más ligeras que las imperantes durante la década de 1980.
En cuanto a los muebles, se reintroducen los revestidos en espejo, a fin de aumentar el efecto de opulencia en los detalles. Objetos como los candelabros vuelven a estar de moda, en materiales como el cristal o el plateado resplandeciente.
Asimismo, los marcos de los cuadros y de los espejos se recubren de pan de plata; mientras que las maderas oscuras continúan en boga, así como los tonos turquesa y el azul violeta. Todo esto deberá combinarse con piezas de mobiliario de líneas simples y limpias, y con tonalidades muy claras.
Hay que hacer notar que este nuevo barroquismo se constituye más bien en un nuevo ingrediente que se suma a la sopa estilística del siglo XXI, caracterizado por el eclecticismo de las tendencias del siglo anterior y acompañado por la introducción de nuevos materiales y de combinaciones de colores y texturas.