Hasta hace dos décadas, y
durante más de un siglo, los fósiles han sido los protagonistas indiscutibles
en el escenario que trata de reconstruir el pasado evolutivo de la Humanidad.
Pero ese cuadro ha cambiado drásticamente, gracias al extraordinario desarrollo
de la Biología molecular y de la Genética, y muy especialmente desde que en los
años ochenta se hizo posible la secuenciación del ADN de las células. Ahora son
los genes, actuales o antiguos, los que reclaman ese protagonismo, pues en
ellos se encuentran al parecer las claves de nuestro pasado.
La filogenia molecular ha encontrado una amplia gama de marcadores genéticos
que están abriendo, en efecto, nuevas y muy prometedoras perspectivas. Los
investigadores tratan de “leer” en los genes la información que explicaría el
origen y posterior dispersión de los linajes moleculares de las mujeres
–“escritos” en el ADN mitocondrial– y de los hombres –en el cromosoma Y–, así
como el ulterior desarrollo de las migraciones humanas que se han venido
produciendo desde nuestros orígenes. Con ese telón de fondo, tuvo lugar el
pasado mes de abril en el Museo de la Ciencia de Barcelona un simposio en el
que se dieron cita algunos de los más destacados expertos en la materia.
En su intento de desvelar la historia biológica del hombre moderno, la ciencia moderna ha proporcionado en los últimos años diversas clases de pruebas que merecen una especial atención. Una de ellas proviene del estudio de los genes contenidos en las mitocondrias (ADN mitocondrial, o ADNmt), que se transmiten sólo por vía materna. La tasa de cambio por mutaciones del ADNmt es bastante más alta que la del ADN del núcleo de las células, ya que las mutaciones no se pierden en las recombinaciones de las copias de los genes que se transmiten a la descendencia. Por esta razón las secuencias de nucleótidos del ADNmt, juntamente con su transmisión uniparental, aportan información muy valiosa para cuantificar la divergencia genética de las poblaciones humanas en función del tiempo.
La reconstrucción de nuestra historia biológica, a partir del análisis de los genes de las poblaciones actuales, se basa en el hecho de que personas distintas tienen versiones distintas de un mismo gen. Seleccionando varios genes en personas de orígenes geográficos distintos y analizando las diferencias genéticas entre ellas, se puede calcular el tiempo transcurrido desde el comienzo del proceso de diferenciación. Y a partir de ese origen es posible también reconstruir la genealogía de la Humanidad.
Si, como parecen indicar los datos genéticos, el origen del hombre moderno aconteció en África, cabe esperar que las poblaciones africanas muestren entre sí una mayor heterogeneidad genética que las poblaciones de otras partes del mundo. Efectivamente, eso es lo que sucede, tal como ya puso de manifiesto el estudio llevado a cabo en 1986 por Cann, Stoneking y Wilson, de la Universidad de California en Berkeley, uno de los grandes hitos en la historia de la Biología evolutiva moderna.
Otra prueba proviene de los estudios multidisciplinares dirigidos durante los últimos años por L. L. Cavalli-Sforza, de la Universidad de Stanford. Gran parte de su trabajo se ha centrado en la correlación que existe –y que es, no cabe duda, sorprendente– entre la distribución de genes y de lenguas en el árbol filogenético de las principales etnias humanas.
África, cuna de la Humanidad
La hipótesis conocida como Eva mitocondrial dio mucho qué hablar a la comunidad científica a finales de los ochenta, tras la publicación del estudio llevado a cabo por el equipo de Wilson. Dicha hipótesis proponía que toda la humanidad desciende de un tipo de mujer que vivió en África hace entre 190.000 y 200.000 años. Esa mujer sería muy pronto conocida como Eva negra. En realidad, se hablaba de una población (un tipo de mitocondrias), y no de un individuo concreto, como a veces parece sugerir la literatura científica.
Es bien sabido que casi todos los investigadores de nuestros orígenes comparten posturas decididamente neodarwinistas, es decir, poligenistas: la Humanidad actual descendería, según esta hipótesis, de una población más o menos numerosa de individuos, y no de una pareja inicial, como afirman los defensores del monogenismo. Francisco Ayala (Universidad de California en Irvine) piensa que el número de mujeres de las que supuestamente descendemos los humanos actuales nunca fue inferior a mil, ni superior a cinco mil.
En su intento de desvelar la historia biológica del hombre moderno, la ciencia moderna ha proporcionado en los últimos años diversas clases de pruebas que merecen una especial atención. Una de ellas proviene del estudio de los genes contenidos en las mitocondrias (ADN mitocondrial, o ADNmt), que se transmiten sólo por vía materna. La tasa de cambio por mutaciones del ADNmt es bastante más alta que la del ADN del núcleo de las células, ya que las mutaciones no se pierden en las recombinaciones de las copias de los genes que se transmiten a la descendencia. Por esta razón las secuencias de nucleótidos del ADNmt, juntamente con su transmisión uniparental, aportan información muy valiosa para cuantificar la divergencia genética de las poblaciones humanas en función del tiempo.
La reconstrucción de nuestra historia biológica, a partir del análisis de los genes de las poblaciones actuales, se basa en el hecho de que personas distintas tienen versiones distintas de un mismo gen. Seleccionando varios genes en personas de orígenes geográficos distintos y analizando las diferencias genéticas entre ellas, se puede calcular el tiempo transcurrido desde el comienzo del proceso de diferenciación. Y a partir de ese origen es posible también reconstruir la genealogía de la Humanidad.
Si, como parecen indicar los datos genéticos, el origen del hombre moderno aconteció en África, cabe esperar que las poblaciones africanas muestren entre sí una mayor heterogeneidad genética que las poblaciones de otras partes del mundo. Efectivamente, eso es lo que sucede, tal como ya puso de manifiesto el estudio llevado a cabo en 1986 por Cann, Stoneking y Wilson, de la Universidad de California en Berkeley, uno de los grandes hitos en la historia de la Biología evolutiva moderna.
Otra prueba proviene de los estudios multidisciplinares dirigidos durante los últimos años por L. L. Cavalli-Sforza, de la Universidad de Stanford. Gran parte de su trabajo se ha centrado en la correlación que existe –y que es, no cabe duda, sorprendente– entre la distribución de genes y de lenguas en el árbol filogenético de las principales etnias humanas.
África, cuna de la Humanidad
La hipótesis conocida como Eva mitocondrial dio mucho qué hablar a la comunidad científica a finales de los ochenta, tras la publicación del estudio llevado a cabo por el equipo de Wilson. Dicha hipótesis proponía que toda la humanidad desciende de un tipo de mujer que vivió en África hace entre 190.000 y 200.000 años. Esa mujer sería muy pronto conocida como Eva negra. En realidad, se hablaba de una población (un tipo de mitocondrias), y no de un individuo concreto, como a veces parece sugerir la literatura científica.
Es bien sabido que casi todos los investigadores de nuestros orígenes comparten posturas decididamente neodarwinistas, es decir, poligenistas: la Humanidad actual descendería, según esta hipótesis, de una población más o menos numerosa de individuos, y no de una pareja inicial, como afirman los defensores del monogenismo. Francisco Ayala (Universidad de California en Irvine) piensa que el número de mujeres de las que supuestamente descendemos los humanos actuales nunca fue inferior a mil, ni superior a cinco mil.
En todo caso, esta clase de
apreciaciones no pasan de ser suposiciones basadas en cálculos estadísticos y
simulaciones por ordenador que quizás tienen poco que ver con lo que realmente
ocurrió. Y es que la historia de Adán y Eva el “mito”, suele decirse en
círculos poligenistas, o sea, de la pareja que funda una especie, es hoy
posible para la biología. Lo ha sido, en efecto, en otras especies, como lo
demuestran las 600 variedades genéticas de moscas drosófilas que viven
actualmente en Hawai, descendientes todas ellas de una sola hembra
fecundada.
Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que, pese a las diversas explicaciones que intentan desvelar los posibles mecanismos de especiación, los científicos siguen buscando respuestas al que, todavía hoy, sigue siendo el problema central de la biología de la evolución: ¿Cómo nace una especie? Cuestión que se torna aún más compleja cuando nos interrogamos acerca de nuestra propia historia evolutiva: ¿Cómo nació la especie humana? Desde el punto de vista científico, no se puede negar a priori, ni tampoco afirmar, que toda la humanidad descienda en su origen más remoto de una única pareja, y que en tiempos más recientes, hace unos 150.000 ó 200.000 años, el suelo africano estuviese ya poblado por varios miles de (Evas mitocondriales) descendientes de esa primera pareja.
Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que, pese a las diversas explicaciones que intentan desvelar los posibles mecanismos de especiación, los científicos siguen buscando respuestas al que, todavía hoy, sigue siendo el problema central de la biología de la evolución: ¿Cómo nace una especie? Cuestión que se torna aún más compleja cuando nos interrogamos acerca de nuestra propia historia evolutiva: ¿Cómo nació la especie humana? Desde el punto de vista científico, no se puede negar a priori, ni tampoco afirmar, que toda la humanidad descienda en su origen más remoto de una única pareja, y que en tiempos más recientes, hace unos 150.000 ó 200.000 años, el suelo africano estuviese ya poblado por varios miles de (Evas mitocondriales) descendientes de esa primera pareja.
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